sábado, 26 de noviembre de 2016

No es locura, es maldad

Es frecuente que mis amigos (aquellos que no son del gremio psicológico/psiquiátrico) me pregunten: "y ese que mató a sus dos hijos, ¿qué enfermedad tiene? Vaya tarado!". Es la incomodidad que me recorre cuando inocentemente recibo estos jarros de agua fría la que me mueve a escribir este post. 

Hace ya muchos años que la prensa se refiere a la enfermedad mental única y exclusivamente como vinculada a violencia y agresividad. Solemos escuchar noticias como "La asesina de .... padecía un trastorno mental cuando cometió el acto" o "los vecinos comentan que era un hombre que sufría de los nervios", etc...

Es cierto que hay numerosos estudios que relacionan la agresividad con diferentes enfermedades mentales pero arrojan resultados muy variables. Las enfermedades que más se han relacionado con agresividad son la esquizofrenia y otro tipo de psicosis, las adicciones a drogas y los trastornos de la personalidad graves.  En nuestro país, un estudio de la Universidad de Oviedo que incluía a casi 900 pacientes con esquizofrenia observaba que solo un 5% de ellos se mostraban agresivos.  Los niveles de agresividad disminuían en pacientes adecuadamente tratados farmacológicamente, satisfechos con su proceso terapéutico y estables desde el punto de vista de los síntomas psicóticos. La agresividad es más frecuente en personas con experiencias  psicóticas desagradables, que sienten que están siendo perseguidas, que sienten que las pueden matar, que escuchan voces imperativas y que no tienen apoyo social. 

La presencia de experiencias psicóticas puede aumentar por 3 el riesgo de presentar agresividad, sin embargo, es más frecuente que las personas con una enfermedad mental sean víctimas de agresiones que perpetradores. Se sabe que la exposición a abusos y negligencia en la infancia multiplica el riesgo de padecer múltiples trastornos mentales entre los que destaca la psicosis. La traumatización temprana y las dificultades para tener un apego seguro son otros de los factores que se asocian con la probabilidad de sufrir una psicosis en la edad adulta. De este modo, resultaría más justo y más veraz reconocer en las personas con enfermedades mentales graves a víctimas de violencia más que a agresores.

Me pregunto, si estos datos son conocidos por la comunidad científica hace décadas ¿porqué socialmente persiste la idea de que las personas que cometen atrocidades lo hacen porque padecen algún tipo de enfermedad mental grave que les nubla la mente? Tengo la sensación de que nos resultaría más fácil asumir que las personas que agreden o matan "tienen que estar enfermas, sino ¿cómo van a hacer algo así?", que asumir que existe la maldad en el ser humano. Asumir esa parte fea, esa parte violenta, ese impulso agresivo que en todos existe nos resulta demasiado duro y demasiado costoso. Obviar esta realidad nos permite sentirnos más seguros, pero también nos permite no reconocer nuestra propia miseria. ¿Cómo poder entender la bondad infinita que el ser humano puede mostrar sin entender su polo opuesto, la maldad? Supongo que la ceguera parcial en la que vivimos, con un mundo en que solo "lo bonito" y "lo exitoso" se hacen públicos, debe tener algo que ver con este fenómeno. 

En cualquier caso, nunca sobra volver a recordar los datos objetivos sobre esta realidad tan tergiversada en las crónicas diarias. La mayoría de actos violentos son realizados por personas sin ningún tipo de enfermedad mental. 




Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
Santiago de Compostela
Cita previa 717707566




domingo, 3 de julio de 2016

Disociación. Cuando los recuerdos duelen tanto que no queda más remedio que aislarlos.

Cada mañana tomáis el mismo autobús o conducís el mismo coche de camino al trabajo. Cada mañana os cruzáis con cientos de personas distintas, haciendo cosas diferentes. Y cada mañana... olvidáis el trayecto. Ponéis vuestro cerebro en modo automático y a penas recordáis qué personas habéis cruzado en el camino, en qué semáforos os habéis parado y en cuáles no, etc. 

Para nuestro cerebro resulta positivo y adaptativo el poder olvidar cosas poco relevantes y el ser capaces de funcionar en modo automático (a estos fenómenos se los ha llamado disociación normal o disociación no patológica). Pero, ¿qué pasa cuando lo que olvidamos es un hecho importante de nuestras vidas? Probablemente hayáis leído o visto en alguna película que algunas personas, sobre todo aquellas que han sufrido acontecimientos traumáticos, olvidan alguna parte esencial de sus vidas llevando a cabo una especie de supresión inconsciente de sus recuerdos. Pues bien, la disociación va de eso. Las personas "se disocian" cuando algo ha sido tan duro que nuestro cerebro consciente no puede asimilarlo e integrarlo. Según el diccionario, disociar quiere decir separar dos o más partes que antes estaban unidas. En el caso de los acontecimientos traumáticos, se puede disociar el propio recuerdo, se puede disociar una sensación física asociada a ese recuerdo, etc. Es como si partes de nuestro cerebro que antes estaban funcionando como una orquesta, de forma integrada, empezasen a tocar melodías por separado.

Hay personas que en estados disociativos comienzan a caminar y aparecen en lugares a los que no saben cómo han llegado (los psiquiatras llamamos a esto fugas disociativas). Otras personas tienen la sensación de que lo que están viviendo no es completamente real, como si fuera una película o como si hubiese una especie de niebla cubriéndolo todo (a esto lo llamamos desrealización). Puede que se escuchen voces a menudo relacionadas con vivencias personales, que se identifican con personas conocidas o que ponen de manifiesto algún deseo o alguna amenaza (alucinaciones disociativas).  A veces se pierde la sensación de propiedad de nuestro propio cuerpo (despersonalización) o se pierde el control motor y encontramos que la persona realiza movimientos involuntarios de los que no es consciente (a esto se le llama síntomas conversivos). Hay quien se queda sin vista, sin voz o sin poder escuchar sin que ninguno de los órganos de sus sentidos estén dañados, siendo las emociones las que hacen que la información que proviene de estos sentidos no pueda integrarse adecuadamente con el resto de información que hay en nuestros cerebros. Aunque este tipo de síntomas os puedan resultar raros o incluso exóticos, os sorprenderá saber que son relativamente frecuentes y que además son mucho más habituales en los niños y en las mujeres. 

La llamada "personalidad múltiple" es un caso extremo y menos frecuente de disociación que sería mejor llamado Trastorno de Identidad Disociativo (TID). En este caso no solo se disocia un recuerdo, una sensación, un movimiento... se disocian partes más complejas de la personalidad. Es como si una parte de esa persona se separase y comenzase a comportarse y vivenciar las cosas desde su propio prisma. No siempre es como en las películas. No siempre se trata de personas que dicen llamarse de formas diferentes... en esto como en tantas cosas, hay grados. En los casos más extremos las personalidades a penas se conocen entre sí mientras que en casos más leves hay una mayor conciencia de la existencia de otras partes. Resulta más fácil empatizar si pensamos en que todos tenemos dentro de nosotros partes que a veces funcionan diferente o quieren cosas distintas. ¿Quién no ha tenido una rabieta ya siendo adulto en la que se ha vuelto a sentir como un niño? Este tipo de experiencias nos trae una conexión especial con el pasado. ¿Quién no ha sentido atracción y rechazo a la vez por la misma cosa o persona? A veces sentimos que una parte de nosotros quiere algo y otra ansia lo contrario. Aunque lo que pasa en el Trastorno de Identidad Disociativo es algo mucho más complejo, poder entender esas partes que todos tenemos y que a veces entran en contradicción puede ayudarnos a entender un poco este tema.

La disociación puede ser entendida como un mecanismo defensivo, una forma de sufrir menos que en el corto plazo resulta muy útil, pero que a menudo trae consecuencias desagradables a largo plazo. La terapia en este tipo de trastornos pasa por poder identificar las partes, por poder entender en qué momento de la vida surgieron y cuál era su función. Pasa también por integrar todos esos trocitos entendiendo que todos son parte de la misma persona y todos son útiles. Y por último, pasa por recuperar el sentido de la propia vida y la conexión con la historia vital y con las capacidades personales a pesar de los efectos devastadores del trauma. Se necesita saber que aquel mecanismo que en un momento determinado me valió para no sufrir, hoy ya no es necesario si la amenaza ha desaparecido. Se trata de volver a confiar y de reintegrarse. 






Lucía del Río Casanova
Psiquiatría y Psicoterapia
Rúa Rosalía de Castro nº 44A-b
Santiago de Compostela
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martes, 14 de junio de 2016

Terapia electroconvulsiva: desestigmatizando el electrochoque

Allá por los años 30 del siglo XX, los psiquiatras comenzaron a darse cuenta de que algunos pacientes con cuadros de angustia marcada, con psicosis graves y/o catatonía mejoraban tras sufrir una convulsión espontánea. Se veían que algunos de estos pacientes que también eran epilépticos encontraban alivio de sus síntomas psicóticos cuando convulsionaban. Se comenzaron a hacer ensayos en pacientes muy graves observando la efectividad sobre los síntomas depresivos y psicóticos que tenía el hecho de administrar una carga de corriente al cerebro. La práctica se fue popularizando y en los años 60 ya era usada en múltiples países y para tratar diversas condiciones clínicas. 

Pero la terapia electroconvulsiva (TEC) también ha sido utilizada en condiciones de guerra, como método punitivo y en experimentos ética deplorable. Esta mala fortuna ha hecho que el tratamiento se haya estigmatizado y que resulte a día de hoy entendido como una brutalidad, como una forma de lavado de cerebro o de borrado de memoria. Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde que se empezó a implementar el TEC. El procedimiento que se realiza en la actualidad es muy diferente de aquel de la primera mitad del siglo pasado. Hoy en día se calcula que alrededor de un millón de personas en el mundo reciben TEC cada año. El tratamiento dura generalmente entre 6 y 12 sesiones que son administradas 2-3 veces por semana. La investigación ha permitido reducir los tiempos de duración de la convulsión y ajustarlos a criterios empíricamente validados. Esto ha disminuido en gran medida los efectos secundarios desagradables que pueden aparecer. Los pacientes sometidos a TEC sufren a menudo problemas de amnesia durante la administración del tratamiento, pero es importante recalcar que en la mayoría de los casos estos son transitorios y la persona recupera por completo sus funciones. Se trata de una técnica que se lleva a cabo en quirófano, en presencia de un psiquiatra, una enfermera y un anestesista. El paciente recibe un relajante muscular y es anestesiado durante un breve periodo de tiempo. Las indicaciones del tratamiento también se han ido afinando y a día de hoy se conoce bien en qué situaciones clínicas concretas se debe realizar y en cuales no. Su aplicación está restringida a algunas condiciones clínicas siempre de mucha gravedad en las que además, el tratamiento obtiene una efectividad superior a los fármacos y resulta menos dañino.

En la actualidad, se utiliza para casos de depresión muy severa. Aunque os parezca difícil creerlo, algunas personas con una depresión grave van ralentizando su funcionamiento mental, su pensamiento, su movilidad, etc... de tal manera que terminan por quedar prácticamente paralizados. En estos casos, la TEC resulta más efectiva y menos dañina que mantener un estado clínico semejante. Cuando las psicosis y en las manías (una manía es un cuadro clínico de euforia opuesto a la depresión) no responden a otros tratamientos y el estado bien de agitación bien de inhibición es muy grave, la TEC estaría también indicada. Hay que recordar que mantener durante mucho tiempo algunos estados cerebrales resulta tóxico y dañino para el cerebro per sé. 

Se trata además de una terapia en la que la ganancia empresarial es mínima. Se realiza con un aparato barato que tiene una vida larga y evita tratamientos farmacológicos costosos y que también tienen su potencial dañino. Por tanto, no es una terapia que interese a empresas farmacéuticas ni una terapia que resulte fácil de entender para la sociedad en general (dados los antecedentes de mal uso y la estigmatización en películas, libros, etc). Si a pesar de estos dos inconvenientes y de los avances de la ciencia, esta terapia ha perdurado hasta la actualidad quizás tenga que ver con que realmente, por mucho que nos cueste creerlo, su beneficio supera al riesgo a correr en muchas de las situaciones graves que hemos presentado. 

No pretendo hacer apología del uso ni de esta ni de otras terapias. No es una terapia hacia la que sienta mayor simpatía... pero es en todo caso, una terapia que tiene su ámbito concreto de actuación en el cual su uso resulta justificable tanto empírica como éticamente. 

Ojalá en un futuro tengamos instrumentos mejores para abordar algunas patologías: tanto instrumentos sociales, como psicoterapéuticos, como farmacológicos. Ojalá esto nos permita sustituír las líneas terapéuticas actuales por otras cada vez más afinadas y menos lesivas. Mientras tanto, toca poner un pie en la tierra y entender que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno, y que a veces lo prejuicios no nos permite valorar con mentalidad abierta cierto tipo de situaciones. 




Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
Rosalía de Castro Nº 44
Santiago de Compostela
Cita previa al tfno 717707566


miércoles, 25 de mayo de 2016

Reflexiones sobre lo traumático de la vida

Nuestra vida no siempre es un camino de rosas. A nuestros múltiples recuerdos agradables, sumamos en muchos casos experiencias que nos han marcado de una manera más negativa. De hecho, se calcula que a lo largo de la vida de una persona suceden unos 2,5 acontecimientos traumáticos relevantes. Esto es así en nuestro medio cultural y económico y las cifras pueden variar en otros países o dependiendo del estrato social. 

Pero definir el trauma no es una cuestión simple y aún a día de hoy los que estudiamos este tema no acabamos de ponernos de acuerdo. En general se acepta que el trauma lo definen varias condiciones. Por un lado está la gravedad de la experiencia desagradable vivenciada, pero esto no es suficiente. Hay personas que han vivido acontecimientos que la mayoría de las personas consideraríamos catastróficos y sin embargo han conseguido sobrellevarlos de la mejor manera posible. Y es en estos casos en los que tiene sentido introducir una palabra que últimamente está de moda y que explica muy bien esta situación: la resiliencia. La resiliencia es precisamente la capacidad de sobreponerse a situaciones adversas y experiencias de dolor emocional. Podemos decir entonces que la gravedad del acontecimiento no es el único factor que condiciona un trauma. Importa también la propia vivencia subjetiva da la persona, cómo experimenta esa situación, qué emociones le suscita y cómo lo afronta. Esto no quiere decir que cualquier experiencia desagradable de nuestro día a día, o cualquier situación que nos cueste afrontar deba sen considerada un trauma. Podríamos concluir que el trauma implica por un lado la gravedad de la experiencia, que debe ser desagradable, amenazante y en muchos casos imprevisible, mientras que por otro lado implica la aparición de miedo intenso y de sensación de falta de control en la víctima. 

La mayoría de nosotros hemos pasado ya por alguna experiencia que se pudiera calificar como traumática y es bueno recordar que lo habitual es que consigamos sobreponernos a ella y recuperarnos sin necesitar ayuda profesional, apoyándonos en nuestra familia o amigos y utilizando nuestros propios recursos psicológicos. Superar un trauma es sinónimo de poder integrar esa experiencia. Un acontecimiento traumático no solo es triste o doloroso, no solo causa miedo o desconfianza. Un acontecimiento traumático a veces nos hace cuestionarnos todo nuestro sistema de valores e incluso nuestra identidad. Cuando conseguimos comprender lo que ha pasado, cuando somos capaces de elaborar un relato interno de la experiencia que nos permita estar tranquilos con ella, entonces comenzamos a dar los pasos para poder integrar la experiencia dentro de nuestra biografía y nuestra identidad. 

Te animo a pararte un momento a pensar en cuántas de las experiencias que llevas en la mochila de la vida considerarías traumáticas. ¿Porqué crees que esa experiencia concreta te ha resultado traumática?¿Has podido superarla? ¿Cómo lo has hecho? Estas preguntas pueden ayudarte a recolocar ciertas cosas que en algún momento tu cerebro ha ubicado de forma automática. En muchos casos no somos conscientes de nuestros propios recursos para superar las cosas y no tenemos claro que es lo que realmente hemos puesto en marcha para poder sobrellevar la situación. Se da también la situación contraria, pues otras veces de lo que cuesta es darnos cuenta es de que algunas de las vivencias siguen tan presentes y dolorosas como el primer día y, por tanto, no han podido ser integradas.


Lucía del Río Casanova
Psiquiatría y psicoterapia
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lunes, 25 de abril de 2016

Los medicamentos que nublan la mente de nuestros mayores

Muchas personas de edad avanzada toman una gran cantidad de fármacos para diferentes dolencias. La pluripatología (padecer múltiples enfermedades) y la polimedicación (recibir numerosos fármacos) son dos realidades muy frecuentes cuando nos referimos a nuestros mayores. 

Aunque muchos fármacos son estrictamente necesarios, otras veces nos encontramos con situaciones en las que el número de medicamentos prescritos aumenta sin alcanzar un beneficio mayor. Los médicos solemos decir que poner un medicamento es fácil, pero retirarlo no lo es tanto, y esta realidad nos lleva a exponer a las perdonas de edad avanzada a más fármacos de los que a veces precisan. 

Además, se sabe que algunos fármacos repercuten de manera negativa sobre el funcionamiento cognitivo de los ancianos. Existen medicaciones que se asocian a la presencia de mayor confusión, desorientación, alteraciones en la memoria, inatención, depresión o ansiedad, etc... 

Algunos ejemplos de estos fármacos que tienen efectos importantes sobre el sistema nervioso central son los opioides. Diversos derivados opiodes son recetados en la actualidad para diferentes patologías en las que aparece el dolor. Si bien es cierto que en muchos casos es imprescindible el tomar estos fármacos (sobre todo en situaciones terminales o cuando el dolor repercute muy seriamente sobre las funcionalidad de la persona), también es cierto que a menudo son recetados en exceso. Del mismo modo algunos antihipertensivos o antiarritmicos pueden alterar las funciones cerebrales. Estas alteraciones también pueden ser producidas por los corticoides, algunos antibióticos y antifúngicos, los antihistamínicos, algunos fármacos recetados para el Parkinson o la epilepsia, etc. 

Además de estos fármacos utilizados para diferentes enfermedades médicas, múltiples medicamentos utilizados para diferentes condiciones psiquiátricas pueden alterar el funcionamiento cognitivo en cualquier persona, pero especialmente en los mayores. Hay que prestar especial atención al uso excesivo de las benzodiazepinas (un tipo de ansiolítico al que pertenecen entre otros el alprazolam o el diazepan), los antidepresivos tricíclicos (como la amitriptilina), algunos antipsicóticos, etc... Os dejo una tabla con algunos de estos fármacos para que podáis consultarla. 

Por último, me gustaría recordar que en cualquier caso, de aparecer síntomas de confusión será el médico responsable quien tendrá que valorar y tratar las diferentes causas implicadas. En ningún caso es recomendable retirar o iniciar tratamientos sin prescripción facultativa. A veces la retirada brusca de fármacos puede ser también causa del deterioro agudo de las funciones cerebrales, así que os animo a consultar cualquier duda al respecto con vuestros médicos. 








Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
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jueves, 7 de abril de 2016

Enfermedad mental y exclusión social

Cabe comenzar esta reflexión con la pregunta: ¿Qué es la exclusión social? Este término se popularizó en Francia en los años 80 como la contrapartida al término integración social y su evolución es paralela al mismo. Lo que nos une como sociedad es lo mismo de lo que están privadas las personas en una situación de exclusión. Y lo que nos une como sociedad hace alusión a los derechos y deberes que interiorizamos, a los factores culturales, históricos y lingüísticos que compartimos y, sobre todo, a la sensación de pertenencia al grupo social. Las personas en situación de exclusión social se ven por tanto privadas de sus derechos como ciudadanos y de la sensación de formar parte de algo más grande. 

Esta misma situación de privación de derechos y de ausencia de pertenencia es, por desgracia, una realidad demasiado cotidiana para las personas con enfermedades mentales severas. A menudo se ven privados de la posibilidad de tener un empleo (tan solo el 28% de las personas con trastornos mentales trabaja), frecuentemente viven en una institución (hasta un 13% de los hombres con esquizofrenia viven en un centro residencial), pocas veces acuden a votar.... y a veces, se cuestiona su capacidad para ejercer como padres/madres o para decidir sobre el transcurrir de su propia vida. 

Pero solo nos encontramos ante la privación de derechos. Aparece también un fantasma incluso mayor, el de la estigmatización. Las creencias que la sociedad tiene en cuanto al enfermo mental acostumbran a ser injustas, excluyentes y, sobre todo, mentira. En los medios de comunicación se habla de su peligrosidad, de su debilidad, de su impredicibilidad. ¿En base a qué? Desde luego en base al sensacionalismo y no al estudio de la situación real. La sociedad tiende a mantenerse alejada de la enfermedad mental, quizá porque nos recuerde nuestra propia locura. Nos centramos en las diferencias que existen entre el enfermo y nosotros, supongo que intentando protegernos de nosotros mismos. Resulta difícil pensar ¿en qué me parezco yo a un esquizofrénico? Si nos paramos un momento, veremos que existen muchas más similitudes entre nosotros de las que pensamos, de hecho, casi todo son similitudes. Nos preocupan las mismas cosas, nos emocionan situaciones similares. Todos queremos ser queridos, queremos formar parte, todos queremos ejercer nuestros derechos, queremos trabajar, tener casa... Nos importa tener familia, disfrutamos con los amigos, a veces nos enamoramos y otras nos desmontamos por amor. A veces mataríamos a nuestros padres y otras veces nos cuesta separarnos.  Queremos sentirnos útiles, queremos saber, queremos dedicir cómo dónde y cuándo escribir nuestra propia historia. Ahí, nada nos diferencia. 


Lucía del Río Casanova
Psiquiatría
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lunes, 28 de marzo de 2016

¿Qué es el eneagrama de la personalidad?

El eneagrama es un sistema para categorizar los tipos de personalidades y es además un instrumento muy útil para el autoconocimiento y la realización personal. Se trata de un sistema desarrollado por el gestaltista chileno Claudio Naranjo, que ha sido concebido tras muchos años de estudio con los principales grupos de investigación en torno a la formación de la personalidad (que el autor compartió en Estados Unidos) e incorporando el estudio también de otras disciplinas alternativas y otras culturas (la cultura sufí ha sido una de las fuentes principales de inspiración del autor). 

El eneagrama se puede representar a través de un círculo en el que los diferentes tipos de personalidad se sitúan en nueve puntos equidistantes entre sí. Dentro del círculo se dibujan las relaciones entre los diferentes eneatipos, que es como se llaman los tipos de personalidad dentro del eneagrama. Existen por tanto nueve eneatipos y ninguno es mejor que otro. Cada eneatipo surgirá a partir de una carencia en su proceso de crecimiento y maduración que hace que la persona se quede fijada a una estructura concreta, a una forma concreta de estar en el mundo y de relacionarse. Como ejemplo, veremos que en el eneatipo 2 impera el orgullo, en el 3 la vanidad, en el 6 el miedo, en el 9 la pereza, etc... 

Existe un libro de referencia para poder conocer el eneagrama y este es "Carácter y neurosis" de Claudio Naranjo. Se trata de un buen texto para comenzar a conocerlo pero existe mucha más bibliografía interesante al respecto. El libro "27 personajes en búsqueda del ser" desarrolla un poco más cada eneatipo dividiéndolo en tres subgrupos según la carencia identificada se manifieste más bien en lo social, en lo conservacional (familia, trabajo, pareja...) o en lo sexual. 

Además, el eneagrama no es solo un sistema de clasificación. El eneagrama da explicación a lo que pasa cuando estas personalidades de integran o se desintegran. Es decir, ante el estrés, cada eneatipo tiende a desintegrarse hacia otro del eneagrama y ante una situación de seguridad y confianza tiende a integrarse hacia uno diferente. Para complicar más la cosa, cada persona puede tener un eneatipo pero "alas" diferentes. Una persona puede ser un eneatipo 1 pero tener "ala 9", tendiendo a manifestar algunas características también del eneatipo 9. 

Saber qué eneatipo nos define mejor no es cuestión baladí y a menudo lleva muchos años de terapia y autoconocimiento. 

Os invito a conocer el eneagrama, a echarle un ojo a los libros de los que hemos hablado. También podéis consultar nuestro facebook en el que hemos abordado este tema en varias ocasiones. En Youtube encontrareis múltiples vídeos que explican tanto las relaciones dentro del círculo como las características de cada eneatipo.

Y si tenéis un poco de paciencia, poco a poco iremos profundizando en cada uno de los eneatipos desde este blog.

Un saludo grande! Bienvenidos al inicio del autoconocimiento!




Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
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lunes, 21 de marzo de 2016

El cubo del temperamento: Cubo NORISO


Cada vez se escucha más frecuentemente el concepto de "Cubo NORISO" o "Cubo del Temperamento", y se escucha en el ámbito de la empresa. Las compañías buscan analizar los patrones de compra y el temperamento de los potenciales compradores. Pero, ¿qué es el dichoso cubo? 

A final de la década de los ochenta Cloninger  creó un modelo tridimensional de la personalidad partiendo de dos conceptos fundamentales: temperamento y carácterEl temperamento es de base base neurobiológica y genética, es algo que nos resulta innato y que se relaciona con la manera de afrontal el mundo. Por su parte, el carácter viene modulado por nuestras experiencias, le vínculo que hemos establecido con los demás, nuestros recuerdos, aquello que hemos aprendido, nuestros mecanismos de defensa, etc. El carácter se relaciona por tanto con algo más bien ambiental y relacionado con el aprendizaje y la biografía.

El cubo del temperamento es precisamente eso: un cubo que explica gráficamente cuáles son esas tres dimensiones innatas que condicionan nuestro temperamento. Las dimensiones propuestas inicialmente por Cloninger fueron la búsqueda/evitación de la novedad (NO), la búsqueda/evitación del riesgo (RI) y la orientación o dependencia social (SO). Y de ahí nos viene el nombre. Si situamos cada una de ellas como ejes de coordenadas cartesianas, obtendremos como resultado un cubo. En los ocho vértices del cubo se irán situando los diferentes tipos de personalidad. De tal modo, la personalidad histriónica tendrá una alta orientación hacia las relaciones sociales, no evitará el riesgo y además disfruta de lo novedoso. Las personalidades más evitativas también buscan aceptación social pero tienden a evitar el riesgo y la novedad. Si continuamos recorriendo cada una de las aristas del cubo encontraremos los principales tipos de personalidades con sus atributos temperamentales. Y como una imagen vale más que mil palabras, al final del texto podréis encontrar una. 

Sin embargo, en 1993 Cloninger y sus colaboradores aumentron las dimensiones anteriores proponiendo un modelo con cuatro dimensiones: la búsqueda de novedades (determina la actividad exploratoria), la evitación del peligro (condiciona la evitación de situaciones amenazantes, la dependencia del refuerzo (modula la conducta de aceptación y aprobación del entorno) y  la persistencia (la tendencia a repetir conductas reforzadas positivamente). 

Por último, os preguntaréis. Si estas son las dimensiones del temperamento (innatas, genéticas, biológicas)... ¿cuáles son las dimensiones del carácter? Según este mismo modelo se han propuesto las siguientes: la auto-directividad (habilidad de individuo para controlar, regular y adaptar su conducta ajustándose a suna situación de acuerdo con sus metas y valores), la cooperatividad (capacidad de aceptar e identificarse con otras personas) y  la auto-transcendencia (aceptación, identificación o unión espiritual con la naturaleza y su origen).



Podéis ver rápidamente como construir un cubo NORISO  pinchando en este link. 




Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
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jueves, 10 de marzo de 2016

Falsos mitos sobre el suicidio


Hoy presentamos alguna de las falsas ideas más populares cuando hablamos del suicidio. Podéis ver como algunos de estos falsos mitos hacen que nos despreocupemos ante situaciones graves y viceversa. 

Espero que os sea de utilidad. 

FALSOS MITOS SOBRE EL SUICIDIO

1. El que se quiere matar no lo dice y su complementaria el que cuenta que se quiere matar no lo va a hacer. 

Esta idea es totalmente errónea, de hecho 9 de cada 10 personas que se suicidan han manifestado previamente a alguna persona sus intenciones. 

2. Los intentos de suicidio son llamadas de atención. 

Algunas personas piensan que los intentos de suicidio que no terminan con la muerte de la persona eran simplemente intentos de manipular a otras personas. Si bien es cierto que algunas personas utilizan la amenaza de suicidio como medio de relacionarse con su entorno (como forma de agredirlo, como manera de movilizar atención, etc).  

3. Si se hubiera querido matar se hubiera tirado de un décimo piso. 


Es cierto que la gravedad del método escogido por la persona con intención suicida es relevante a la hora de valorar el riesgo. Sin embargo, este no es el único factor condicionante. Algunas personas pueden tener una intención muy real de suicidarse y sin embargo no ser capaces de utilizar un medio altamente letal. 

4. Una persona que se quiere suicidar, se va a querer suicidar siempre. 

Esta idea es completamente falsa. En la mayoría de los casos las tentativas suicidas tienen lugar en un contexto muy concreto que no tiene porqué durar siempre. 

5. Una mejora después de la crisis suicida quiere decir que el periodo de riesgo ha terminado. 

Nuevamente es falso. Muchos suicidios tienen lugar en los 3 meses posteriores a que suceda dicha mejoría, cuando se sienten con  más fuerzas para llevar a cabo el suicidio mientras que todavía no han mejorado lo suficiente en su estado de ánimo y/o no se han solucionado las situaciones vitales que conducían a la ideación suicida. 

6. Se suicidan más las personas más pobres. 

La mayoría de estudios refieren que las tasas de suicidio son similares en la población de una misma sociedad independientemente del estrato social. 

7. La gente que se quiere suicidar tiene una enfermedad mental. 

Es cierto que el padecer una enfermedad aumenta el riesgo de suicidio, pero esto no quiere decir que toda la gente que se suicida tenga una enfermedad. Muchas personas sin patología mental se encuentran en una situación vivencial que puede llevar al suicidio. Por desgracia el aumento de suicidios en personas desahuciadas es un ejemplo de ello. En otras ocasiones es la dificultad de adaptación a un cambio vital, a una ruptura o a una pérdida, lo que conduce a la ideación suicida a pesar de que la persona no esté enferma. 


Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
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lunes, 29 de febrero de 2016

El hombre que reivindicó el valor artístico de los enfermos mentales: Hans Prinzhorn.




Hans Prinzhorn es un Psiquiatra e Historiador del Arte de origen germano que nació en Westphalia en 1886. Se trata de un hombre que vivió vinculado a la ciencia pero también al arte, de hecho a punto estuvo de convertirse en cantante profesional (se trasladó a Inglaterra para formarse en canto). Sin embargo, sería en el nexo entre la enfermedad mental y el arte donde realizaría su mayor aportación. Se formó en la escuela de Heidelberg y consiguió ya en sus primeros años de formación recopilar más de 5000 trabajos artísticos de pacientes. 

En 1922 publicó su conocido Bilnerei der Gesterkranken "El arte de los enfermos mentales", que no obtuvo excesivo reconocimiento entre sus colegas contemporáneos pero sí consiguió ser de gran inspiración para los artistas surrealistas que forjarían su legado en el París de entreguerras. Los surrealistas tomaron cuatro recursos creativos propios de los enfermos mentales como son los dibujos automáticos, la combinación de motivos no relacionados entre sí, el método crítico-paranoico que desarrolló Dalí y el amalgamamiento de figuras.  "El arte de los enfermos mentales" sin buscarlo ha conseguido tener una gran influencia sobre la historia del arte y se considera demás el primer intento de poner de relieve la conexión entre la enfermedad mental y la capacidad artística.

Prinzhorn escribió también Zehn Levensläufen schizophrener Bilder "Diez biografías de artistas esquizofrénicos" en la que analiza la vida y obra de diez de estos artistas seleccionados, estudiando meticulosamente su contexto, sus influencias, etc. 

Hans Prinzhorn no obtuvo una gran valoración de su trabajo como Psiquiatra ni tampoco como Psicoterapeuta por parte de sus contemporáneos. No consiguió hacerse un camino en el ámbito universitario como le hubiera gustado. Tras su fracaso en lo profesional y la decepción personal causada por tres sucesivas separaciones matrimoniales, su vida finalizaría antes de tiempo a causa del padecimiento de tifus. 

Con el paso de los años su figura ha adquirido reconocimiento internacional  y la colección que con tanto esmero recopiló puede encontrarse en la Universidad de Heidelberg. 


Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
Rúa Rosalía de Castro nº 44A-bajo
Santiago de Compostela 
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jueves, 25 de febrero de 2016

¿Qué es un grupo de dificultades de adquisición del rol de terapeuta?



Los grupos de dificultades de adquisición del rol de terapeuta (DART) son grupos destinados a
 promover la reflexión y la ayuda mutua entre profesionales vinculados a psicoterapia.  Ser terapeuta no es una tarea sencilla. Implica tener capacidad de escucha y requiere dejar de lado nuestros juicios de valor,  nuestra carga moral previa, es decir, replantearnos lo que nosotros somos. Los terapeutas son el terapia el instrumento principal, funcionan como un espejo, reflejan las dificultades del otro, le devuelven una imagen de su forma de relacionarse e intentan promover otro tipo distinto de vinculación y de afrontamiento de la propia vida. Pero para poder ser instrumento, el terapeuta precisa conocerse. Necesita saber porqué el paciente que tiene en frente le cae tan bien y porqué le cae tan mal (lo que llamamos contratrasferencia). Cuando el paciente nos cae demasiado bien corremos el riesgo de "conchabear" y cuando nos cae mal podemos terminar por confrontalo con demasiada dureza o retirarle nuestra atención. Tendremos que estar atentos en terapia también a qué rol adoptamos cuando nos sentamos frente a un paciente. Estaremos atentos a si nos estamos comportando maternalmente, nos fijaremos en si la seducción se pone en juego en algún momento, intentaremos ser conscientes de si el paciente nos apabulla y nos sentimos en un plano inferior o si por el contrario tendemos a posicionaros por encima como "la persona que sabe lo que hay que hacer". En general, todas las relaciones que implican un vínculo estrecho y en las que una las personas tiene como objetivo el servicio al otro (como es el caso de la medicina, la psicoterapia, la educación, etc) son relaciones asimétricas. Esto no quiere decir que tengan que ser autoritarias, sino que ambas personas no se encuentran en la misma posición. Y es por ello que es tan frecuente que aparezca lo que denominamos narcisismo terapéutico. Resulta fácil que los terapeutas nos sobreimpliquemos o adquiramos un rol de salvadorEn terapia conviene saber que nadie puede salvar a nadie, solo uno mismo podrá salvarse. De creer lo contrario es fácil que tendamos a manifestarnos como omnipotentes y a considerar que la persona no sabe lo que le conviene. A día de hoy se considera cada vez más que debemos buscar una perspectiva que coloque al paciente en el centro y que lo considere protagonista y responsable de su propia historia. 

Pero conseguir facilitar este proceso no es, tal y como venimos diciendo, cuestión baladí. Los terapeutas pasamos a menudo por un largo proceso de autoconocimiento, de cuestionamiento de nuestras propios valores, de observación de nuestra propia forma de relacionarnos. Porque todos estos factores serán fundamentales para entender lo que pasa en la terapia. En terapia está lo que pone el otro, lo que pongo yo y lo que construímos juntos. Para lidiar con todas estas dificultades se vienen realizando desde hace casi un siglo diversas reuniones entre profesionales para reflexionar sobre la evolución de los casos que atienden. Estas reuniones pueden adquirir el formato de una supervisión en el sentido psicoanalítico, pueden orientarse como sesiones clínicas (en las que el rol del terapeuta queda a menudo olvidado) o pueden el formado de los grupos DART  que hemos introducido donde las dificultades del terapeuta toma especial relevancia.

Ha habido algunas metodologías que han enriquecido mucho el funcionamiento de estos grupos. Quisiéramos destacar la metodología de grupos Balint que viene ya la de los años 50 del siglo pasado y que se usa tanto para formación, como prevención del burnout y como instrumento en la adquisición del rol de terapeuta. Los Grupos Balint funcionan mediante sesiones de encuentro entre varios profesionales y un conductor, para exponer y reflexionar conjuntamente, a través de casos concretos, sobre las dificultades personales que aquellos encuentran en la práctica clínica. Las reuniones funcionan, pues, como una mezcla de sesión clínica, grupo de reflexión y grupo de ayuda mutua. 
Por desgracia, suelen faltar espacios de este tipo en nuestro medio. Nos queda un largo camino por recorrer. 


  

Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
Santiago de Compostela
Rosalía de Castro nº 44A- bajo

Cita previa al teléfono 717707566


sábado, 13 de febrero de 2016

Trastorno negativista desafiante en la infancia y adolescencia

A raíz de una breve noticia en el Telexornal de la TVG en el que tuve la oportunidad de decir unas breves palabras (ver noticia), ha surgido la necesidad de profundizar un poco más en un tema que resulta de interés para padres, profesores, psicólogos, médicos y para la sociedad en general. La noticia presentaba un estudio del Hospital Sant Pau de Barcelona que indicaba que los trastornos de conducta y el trastorno negativista desafiante en niños y adolescentes había aumentado notoriamente desde el inicio de la crisis. 

Pero, empecemos por el principio. ¿Qué es el trastorno negativista desafiante? Primeramente cabe destacar que se trata de un diagnóstico controvertido. Muchos profesionales del ámbito de la salud  mental consideran que no es adecuado referirse a este trastorno como "una enfermedad", opinión que comparto. El trastorno hace referencia a un patrón de relación con los demás, es decir, a una manera que el niño/adolescente adquiere para presentarse ante el mundo e interaccionar con el. Esta manera de relación está basada en la hostilidad, la irritabilidad, la tendencia a desafiar al otro y a responder de forma rebelde. Para que el diagnóstico se pueda realizar este patrón tiene que aparecer en varios ámbitos de la vida (no es suficiente si solo aparece en el colegio o si solo se manifesta con un hermano) y tiene que generar problemas en la adaptación y funcionamiento del sujeto. He aquí una de las mayores controversias con este y otros trastornos: el diagnóstico se vincula con el nivel de tolerancia de la sociedad y con la capacidad que esta tenga de incluir/excliír a la persona. Resulta fácil entender el carácter subjetivo que el diagnóstico trae consigo. 

¿Porqué ponerle una etiqueta? La respuesta es sencilla y preocupante. Muchos de estos nuevos diagnósticos han alcanzado gran éxito en estados unidos y su tipificación como trastornos está íntimamente relacionada con la necesidad de justificar el tratamiento de los niños ante las compañías de seguros médicos. Aunque el diagnóstico pudiera ser dudoso, lo que sí parece razonable es que niños que tienen este patrón relacional puedan requerir de ayuda por parte de un terapeuta. Para pode acceder a la atención psicológica o psiquiátrica en Estados Unidos se requiere que el profesional justifique un diagnóstico. Es por ello que algunas condiciones que no debieran ser calificadas como "enfermedades" hallan adquirido la entidad de trastorno, etiqueta que asegura el acceso a una atención psicológica. 

La segunda cuestión hace referencia a porqué este patrón ha aumentado en los últimos años. Los condicionantes sociales, educativos, culturales y familiares que asocia este "trastorno" son complejos. El aumento de la desigualdad social, el paro,  las dificultades entre la conciliación familiar y laboral, la disminución de la red de soporte de los niños durante la crianza (previamente realizada por grupos familiares más amplios y redes de vecinanza mejor entretejidas), la sobrecarga de estímulos y actividades a la que se ven abocados nuestros niños, los cambios en la constitución de las familias, etc... son algunos de los ingredientes que generan el caldo de cultivo que nutre a este patrón de conducta. Destacaba también que el estudio hablaba del aumento de otras enfermedades psiquiátricas desde el inicio de la crisis, en especial de los trastornos ansiosos y depresivos. Me pregunto si el aumento de la patología en los padres no será otro de los factores implicados. Lo que resulta claro es que los niños y adolescentes son especialmente sensibles a los cambios familiares y sociales. Vemos como a veces son los niños los que manifiestan la "enfermedad" familiar o social. Resulta cuanto menos curioso que ante la evolución social nuestros niños se manifiesten desafiantes, hostiles y hasta psicopáticos. Observar lo que le pasa a nuestros pequeños puede darnos una pista para saber donde estamos metiendo la pata como sociedad y como familia. Lejos de culparlos, podemos darles las gracias de presentarnos esta información que los mayores a menudo intentamos tapar. 

Y por último, cabe referirnos a cómo tratar esta condición. Los niños con trastorno negativista desafiante tienen a menudo muy baja autoestima y sienten el entorno como hostil lo que hace que sus respuestas se vuelvan también hostiles. En otras ocasiones son niños que obtienen atención únicamente cuando hacen algo "malo", lo cual hipertrofia su necesidad de proseguir obrando "mal" para así recibir la atención y mantenerse en el vínculo que tanto necesitan. Se trata de niños cuya riqueza emocional ha sido truncada. Normalmente los niños y adultos deberíamos poder experimentar la variedad emocional que nuestra biología y nuestra historia nos permite. Deberíamos encontrarnos a veces tristes, a veces alegres, otras sentir miedo, otras asco o rabia. En el trastorno negativista desafiante la rabia aparece como la respuesta prioritaria y a veces, casi la única respuesta. Educando en las emociones, trabajando en su reconocimiento, sobre la importancia que cada una de ellas tiene en nuestra vida, estos niños podrán poco a poco recuperar esa riqueza emocional que les fue arrebatada. Otra línea de trabajo tiene que ver con la recuperación de la atención por parte de los padres y profesores a estos niños: se trata de devolver la atención a la parte sana, a aquello en lo que el niño consigue ser fiel a sus necesidades y respetar las del otro. El niño precisará de mucho refuerzo cuando consigue manifestarse de ese modo, que no le resulta fácil. Y como último consejo para padres y maestros, ¿porqué no dejar atrás las profecías autocumplidas? Si anticipamos que el niño lo va a "hacer mal" sabemos que lo estamos condicionando a que efectivamente "lo haga mal". Necesitan que se les devuelva la confianza, el respeto y la atención.  



Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
Rosalía de Castro, 44A bajo
Santiago de Compostela
Cita previa al tfno 717707566

martes, 26 de enero de 2016

Falsos mitos sobre la esquizofrenia

Las personas con esquizofrenia han sido ampliamente estigmatizadas durante muchos años. Es por este motivo que deshacer ciertos  mitos sobre esta enfermedad nos resulta interesante. 

Así que sin más preámbulo os dejamos 5 falsos mitos sobre la esquizofrenia: 

1. Las personas con esquizofrenia son agresivas: FALSO. La mayoría de estudios demuestran que las personas con esquizofrenia son más frecuentemente víctimas de violencia que generadores de la misma. Se trata de un colectivo especialmente sensible a recibir agresiones tanto verbales como físicas y no tanto un colectivo que acostumbre a presentar conductas agresivas. 

2. Los esquizofrénicos ven personas que no existen, como el en "Sexto Sentido". FALSO. Es muy poco frecuente que las personas con esquizofrenia vean a personas que no existen tal y como se presentan en las películas. No tienen una especie de "amigo o enemigo imaginario" como se pinta en el cine.  Lo que sí es frecuente es que en algunas fases de la enfermedad presenten alucinaciones auditivas, es decir, que escuchen voces en su cabeza que no se corresponden con un estímulo real. 

3. Las personas con esquizofrenia no pueden o non saben trabajar. FALSO. El hecho de tener cualquier enfermedad mental no inhabilita a la persona para poder desempeñar bien un trabajo. Algunas personas con esquizofrenia tienen ciertas limitaciones en algunas áreas concretas pero pueden ser brillantes en otras. Cada caso debe ser individualizado y las capacidades y fortalezas individuales tenidas en cuenta. Por otro lado la actividad laboral mejora mucho la evolución de la enfermedad y debería ser uno de los puntales del tratamiento. 

4. Es un peligro que las personas con esquizofrenia tengan hijos. FALSO. Tener esquizofrenia no tiene porqué ser sinónimo de no poder cuidar de un hijo. Hay personas con esquizofrenia en las que la enfermedad se manifiesta de forma muy grave y que efectivamente pueden tener un alto nivel de dependencia de otros, pero también hay muchas personas con la enfermedad que son totalmente autónomas. Se trata de personas con formas más benignas de la enfermedad pero también de personas que han sido capaces de conocer lo que les pasa y ponerle remedio, de cuidarse. Bajo un tratamiento psicoterapéutico y farmacológico adecuado una persona con esquizofrenia es pontencialmente capaz de realizar cualquier rol que la vida le proponga. Vemos de nuevo que cada caso es cada caso y que las generalizaciones generan prejuicios y estigmatizan. 

5. La esquizofrenia se pasa de padres a hijos. FALSO. Es cierto que la enfermedad tiene un cierto componente genético que hace que la descendencia tenga más probabilidades de tener la enfermedad que los hijos de otras personas. Sin embargo, no se trata de una herencia "directa", por así decir, simplemente de una probabilidad, tal y como los hijos de personas con Alzheimer, cáncer, diabetes, hipertensión o depresión u otras muchas enfermedades tendrá un riesgo aumentado de padecer dichas enfermedades. Existe por tanto una mezcla de factores genéticos con factores ambientales, muchos de ellos vinculados al estrés. Cada caso debe ser considerado individualmente, valorando cuántos familiares existen en la familia con el trastorno, a qué edad comenzó, como se manifestó, etc... para así poder realizar un adecuado consejo genético.  

Espero que esta información os haya servido de ayuda y que poco a poco podamos ir deshaciendo el estigma que cierne a la enfermedad mental y seamos capaces de ver a los esquizofrénicos como son, personas que comparten con nosotros muchas más cosas de las que los alejan de nosostros. 



Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
Rúa Rosalía de Castro nº44-A
Santiago de Compostela

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viernes, 22 de enero de 2016

No pienses en un elefante rosa

¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando se te dice esta frase? NO PIENSES EN UN ELEFANTE ROSA. Pues sí, inmediatamente aparece la imagen del elefante coloreado en tu cabeza y además, ¡como cuesta que esa imagen se marche!

Este tipo de procesos fueron estudiados muy hábilmente por Wegner (1994) quien postuló la teoría de los procesos irónicos. Cuando nos dan una orden en negativo el cerebro necesita primeramente evocar la imagen de lo que se le pide y posteriormente negarla. Esto hace que cuando le pedimos a alguien "no te pongas triste", la primera emoción que surja sea precisamente la tristeza o que cuando le decimos a un niño "no toques ese jarrón" la primera tentación que le sobreviene es precisamente tocarlo. ¿Cuántas veces hemos utilizado frases de este estilo con los niños o incluso cuantas veces nos lo hemos dicho a nosotros mismos?

Estos fenómenos modifican la manera en la que deberíamos enunciar las cosas y han sido germen para desarrollar posteriores trabajos en cuando a la manera positiva de comunicarnos. Nos animan a hacer referencia a aquello que queremos conseguir y no a su contrario. 

Sin embargo no solo tienen relevancia a este nivel. La ironía de las ordenes en las que negamos algo o intentamos suprimir un pensamiento tiene mucha importancia para las personas con problemas de obsesividad. Seguro que a todos hemos intentado alguna vez reprimir un pensamiento que nos surge o hemos intentado sacarnos de la cabeza una canción o una imagen desagradable. Cuando le decimos a nuestro cerebro "no pienses más en eso" lo único que estamos haciendo es alimentar ese pensamiento, traerlo de vuelta. Luchar contra nuestros propios pensamientos acaba saliéndonos mal. El objetivo debería ser dejar que venga los pensamientos o sentimientos que nos surjan espontáneamente, sean cuales sean, aunque resulten desagradables. Si evitamos juzgar nuestras propias ideas y sensaciones, si simplemente intentamos reconocerlas y aceptarlas, poco a poco se irán marchando sin que nos demos cuenta. En vez de decirnos "olvídate de eso, no lo pienses más" resultaría más útil decirnos "no pasa nada por pensar eso". 

¿Cambia esto de alguna manera la forma en la que os relacionáis con los demás y con vosotros mismos? Haced la prueba y veréis como funciona. 



Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y Psicoterapeuta
Rúa Rosalía de Castro nº 44A
Santiago de Compostela

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martes, 12 de enero de 2016

10 trucos para dirigirse a una persona con demencia

Cuidar  a una persona que padece una demencia es difícil, duro y a veces desconcertante. Además de todo el dolor vinculado a la pérdida progresiva e inexorable de la persona tal y como la conocíamos, aparecen sentimientos de deuda, de culpa y a veces de incomprensión. 

Algunas personas con demencia tienen comportamientos agresivos mientra que otras son dóciles y a veces parecen desconectadas. Os dejamos 10 trucos básicos para mejorar la comunicación y la convivencia con una persona que padece demencia. Esperamos que os resulte útil. 

1. Intenta mantener una rutina: utiliza horarios fijos para la comida, la ducha, el sueño, los paseos, etc. 

2. Anticípale tus planes: cuando vayas a ducharlo, a pedirle que salga a la calle, a darle de comer, etc, es bueno que le anuncies paso a paso lo que vas a hacer. Debes ir narrando cada paso que das para que pueda entenderlo. 

3. Habla con voz suave e intenta que haya variaciones en tu tono de voz, que no sea ni demasiado grave nin demasiado monótono. En la medida de lo posible, evita gritarle. Cuando le hables míralo a los ojos. 

4. Si se equivoca no le lleves la contraria más de lo necesario. Por ejemplo, si se levanta de noche y quiere ir a echarle de comer a los perros simplemente acompáñalo a la cocina y dile que lo haréis despues, que primero tomareis una infusión y luego vais juntos. Es probable que tras haber tomado la infusión esté más tranquilo y ya no quiera marcharse, que acepte volver a cama. 

5. Tócale, acaríciale. El tacto y el olfato son los sentidos más primitivos y no se pierden al inicio de la enfermedad. Tocarle y que le toques puede ayudarle a reconocerte o a que sienta que lo que se le esta pidiendo, se hace con cariño. 

6. No lo excluyas de las conversaciones familiares, busca la manera en la que pueda aportar algo.

7. No hables de el/ella cuando está delante como si no estuviera.

8. Reduce el ruido y las distracciones que haya en la casa.

9.  Marca una diferencia entre la noche y el día: intenta que haya distinción entre los ruidos diurnos y el silencio nocturno; también entre la luz del día y la oscuridad de la noche. 

10. No le recuerdes frecuentemente que no se acuerda de las cosas. No lo pongas a prueba para ver si reconoce a personas o si sabe el nombre de un objeto. Si necesitas tener esta información intenta obtenerla de manera indirecta a través de una conversación normal con el/ella.





Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
Rúa Rosalía de Castro nº44A
Santiago de Compostela
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jueves, 7 de enero de 2016

Las emociones no son ni buenas ni malas: son las que son.

Estamos acostumbrados a escuchar que hay emociones positivas y negativas. De hecho, muchas escuelas psicológicas conservan esta terminología para hacer distinción entre emociones placenteras y emociones desagradables. Sin embargo, son múltiples las voces que han criticado esta manera de entender el mundo emocional. ¿Por qué debemos creer que la tristeza o el miedo son malos? 

Cada emoción tiene su función adaptativa. El miedo nos hace capaces de reconocer el peligro y ponernos a salvo. La tristeza es un vehículo maravilloso para entablar relaciones íntimas con los demás, para ser cuidados y poder cuidar. La ira nos ha sacado de más de un aprieto, ha valido para hacernos conscientes de que algo no nos gustaba y para hacérselo llegar a los demás. La alegría nos permite el disfrute en múltiples momentos de nuestras vidas. Todas las emociones existen por algo, han sido transmitidas evolutivamente durante miles de millones de años por algo, todas enriquecen nuestro mundo interno y nos permiten una mejor comunicación. 

Desde niños se nos enseña que lo bueno es estar felices, ser valientes y a la vez comedidos. Casi nadie nos explica lo valiosos que son nuestro miedo, nuestra tristeza o nuestra ira. Si por algo se caracteriza nuestra sociedad es por la búsqueda constante del éxito y por el carácter imperativo que la alegría ha ido tomando. A todos nos gusta estar felices pero imaginad que ridículo sería que una persona estuviese alegre ante todas las situaciones que le viniesen encima. El imperativo de ser exitosos y felices es una de las mayores causas de frustración y por lo tanto, el permitirnos sentir lo que sentimos, sin juicios, puede resultar liberador. 

¿Qué tal si probamos simplemente a ver qué sentimos? Observándolo, sin juzgar si la emoción es buena o mala, si es correcto que la tenga o no, es justa para con los demás o no... Porque cuanto más capaz sea de observar lo que me pasa, más auténticas serán mis vivencias. Porque las emociones no son buenas ni malas, son las que son si las dejamos ser. 





Lucía del Río Casanova
Psiquiatra
Rúa Rosalía de Castro 44A
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