domingo, 3 de julio de 2016

Disociación. Cuando los recuerdos duelen tanto que no queda más remedio que aislarlos.

Cada mañana tomáis el mismo autobús o conducís el mismo coche de camino al trabajo. Cada mañana os cruzáis con cientos de personas distintas, haciendo cosas diferentes. Y cada mañana... olvidáis el trayecto. Ponéis vuestro cerebro en modo automático y a penas recordáis qué personas habéis cruzado en el camino, en qué semáforos os habéis parado y en cuáles no, etc. 

Para nuestro cerebro resulta positivo y adaptativo el poder olvidar cosas poco relevantes y el ser capaces de funcionar en modo automático (a estos fenómenos se los ha llamado disociación normal o disociación no patológica). Pero, ¿qué pasa cuando lo que olvidamos es un hecho importante de nuestras vidas? Probablemente hayáis leído o visto en alguna película que algunas personas, sobre todo aquellas que han sufrido acontecimientos traumáticos, olvidan alguna parte esencial de sus vidas llevando a cabo una especie de supresión inconsciente de sus recuerdos. Pues bien, la disociación va de eso. Las personas "se disocian" cuando algo ha sido tan duro que nuestro cerebro consciente no puede asimilarlo e integrarlo. Según el diccionario, disociar quiere decir separar dos o más partes que antes estaban unidas. En el caso de los acontecimientos traumáticos, se puede disociar el propio recuerdo, se puede disociar una sensación física asociada a ese recuerdo, etc. Es como si partes de nuestro cerebro que antes estaban funcionando como una orquesta, de forma integrada, empezasen a tocar melodías por separado.

Hay personas que en estados disociativos comienzan a caminar y aparecen en lugares a los que no saben cómo han llegado (los psiquiatras llamamos a esto fugas disociativas). Otras personas tienen la sensación de que lo que están viviendo no es completamente real, como si fuera una película o como si hubiese una especie de niebla cubriéndolo todo (a esto lo llamamos desrealización). Puede que se escuchen voces a menudo relacionadas con vivencias personales, que se identifican con personas conocidas o que ponen de manifiesto algún deseo o alguna amenaza (alucinaciones disociativas).  A veces se pierde la sensación de propiedad de nuestro propio cuerpo (despersonalización) o se pierde el control motor y encontramos que la persona realiza movimientos involuntarios de los que no es consciente (a esto se le llama síntomas conversivos). Hay quien se queda sin vista, sin voz o sin poder escuchar sin que ninguno de los órganos de sus sentidos estén dañados, siendo las emociones las que hacen que la información que proviene de estos sentidos no pueda integrarse adecuadamente con el resto de información que hay en nuestros cerebros. Aunque este tipo de síntomas os puedan resultar raros o incluso exóticos, os sorprenderá saber que son relativamente frecuentes y que además son mucho más habituales en los niños y en las mujeres. 

La llamada "personalidad múltiple" es un caso extremo y menos frecuente de disociación que sería mejor llamado Trastorno de Identidad Disociativo (TID). En este caso no solo se disocia un recuerdo, una sensación, un movimiento... se disocian partes más complejas de la personalidad. Es como si una parte de esa persona se separase y comenzase a comportarse y vivenciar las cosas desde su propio prisma. No siempre es como en las películas. No siempre se trata de personas que dicen llamarse de formas diferentes... en esto como en tantas cosas, hay grados. En los casos más extremos las personalidades a penas se conocen entre sí mientras que en casos más leves hay una mayor conciencia de la existencia de otras partes. Resulta más fácil empatizar si pensamos en que todos tenemos dentro de nosotros partes que a veces funcionan diferente o quieren cosas distintas. ¿Quién no ha tenido una rabieta ya siendo adulto en la que se ha vuelto a sentir como un niño? Este tipo de experiencias nos trae una conexión especial con el pasado. ¿Quién no ha sentido atracción y rechazo a la vez por la misma cosa o persona? A veces sentimos que una parte de nosotros quiere algo y otra ansia lo contrario. Aunque lo que pasa en el Trastorno de Identidad Disociativo es algo mucho más complejo, poder entender esas partes que todos tenemos y que a veces entran en contradicción puede ayudarnos a entender un poco este tema.

La disociación puede ser entendida como un mecanismo defensivo, una forma de sufrir menos que en el corto plazo resulta muy útil, pero que a menudo trae consecuencias desagradables a largo plazo. La terapia en este tipo de trastornos pasa por poder identificar las partes, por poder entender en qué momento de la vida surgieron y cuál era su función. Pasa también por integrar todos esos trocitos entendiendo que todos son parte de la misma persona y todos son útiles. Y por último, pasa por recuperar el sentido de la propia vida y la conexión con la historia vital y con las capacidades personales a pesar de los efectos devastadores del trauma. Se necesita saber que aquel mecanismo que en un momento determinado me valió para no sufrir, hoy ya no es necesario si la amenaza ha desaparecido. Se trata de volver a confiar y de reintegrarse. 






Lucía del Río Casanova
Psiquiatría y Psicoterapia
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Santiago de Compostela
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