Es frecuente que mis amigos (aquellos que no son del gremio psicológico/psiquiátrico) me pregunten: "y ese que mató a sus dos hijos, ¿qué enfermedad tiene? Vaya tarado!". Es la incomodidad que me recorre cuando inocentemente recibo estos jarros de agua fría la que me mueve a escribir este post.
Hace ya muchos años que la prensa se refiere a la enfermedad mental única y exclusivamente como vinculada a violencia y agresividad. Solemos escuchar noticias como "La asesina de .... padecía un trastorno mental cuando cometió el acto" o "los vecinos comentan que era un hombre que sufría de los nervios", etc...
Es cierto que hay numerosos estudios que relacionan la agresividad con diferentes enfermedades mentales pero arrojan resultados muy variables. Las enfermedades que más se han relacionado con agresividad son la esquizofrenia y otro tipo de psicosis, las adicciones a drogas y los trastornos de la personalidad graves. En nuestro país, un estudio de la Universidad de Oviedo que incluía a casi 900 pacientes con esquizofrenia observaba que solo un 5% de ellos se mostraban agresivos. Los niveles de agresividad disminuían en pacientes adecuadamente tratados farmacológicamente, satisfechos con su proceso terapéutico y estables desde el punto de vista de los síntomas psicóticos. La agresividad es más frecuente en personas con experiencias psicóticas desagradables, que sienten que están siendo perseguidas, que sienten que las pueden matar, que escuchan voces imperativas y que no tienen apoyo social.
La presencia de experiencias psicóticas puede aumentar por 3 el riesgo de presentar agresividad, sin embargo, es más frecuente que las personas con una enfermedad mental sean víctimas de agresiones que perpetradores. Se sabe que la exposición a abusos y negligencia en la infancia multiplica el riesgo de padecer múltiples trastornos mentales entre los que destaca la psicosis. La traumatización temprana y las dificultades para tener un apego seguro son otros de los factores que se asocian con la probabilidad de sufrir una psicosis en la edad adulta. De este modo, resultaría más justo y más veraz reconocer en las personas con enfermedades mentales graves a víctimas de violencia más que a agresores.
Me pregunto, si estos datos son conocidos por la comunidad científica hace décadas ¿porqué socialmente persiste la idea de que las personas que cometen atrocidades lo hacen porque padecen algún tipo de enfermedad mental grave que les nubla la mente? Tengo la sensación de que nos resultaría más fácil asumir que las personas que agreden o matan "tienen que estar enfermas, sino ¿cómo van a hacer algo así?", que asumir que existe la maldad en el ser humano. Asumir esa parte fea, esa parte violenta, ese impulso agresivo que en todos existe nos resulta demasiado duro y demasiado costoso. Obviar esta realidad nos permite sentirnos más seguros, pero también nos permite no reconocer nuestra propia miseria. ¿Cómo poder entender la bondad infinita que el ser humano puede mostrar sin entender su polo opuesto, la maldad? Supongo que la ceguera parcial en la que vivimos, con un mundo en que solo "lo bonito" y "lo exitoso" se hacen públicos, debe tener algo que ver con este fenómeno.
En cualquier caso, nunca sobra volver a recordar los datos objetivos sobre esta realidad tan tergiversada en las crónicas diarias. La mayoría de actos violentos son realizados por personas sin ningún tipo de enfermedad mental.
Lucía del Río Casanova
Psiquiatra y psicoterapeuta
Santiago de Compostela
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